Takenoko fue uno de los primeros juegos de mesa de los que me enamoré. Tras primeras experiencias con otros clásicos como Ticket to Ride, Pandemic y los infaltables Scrabble, ludo y otros juegos de carta clásicos que siempre están en casa, la verticalidad del juego del panda me fascinó.
Ya no se trataba de jugar a ras de mesa, como los ejemplos que mencioné antes, sino que había una dimensión más que gestionar: la vertical. Acostumbrado a lo plano, descubrir esta potencialidad me disparó un shot de serotonina que todavía guardo como uno de los recuerdos más preciados de cuando conocí este mundo (aunque ya dije que me carga llamarle mundo).
Nunatak es ese tipo de juegos. Dejas de mirar solo a la mesa -y a tu oponente, coqueto- y, a medida que avanza el juego, poco a poco elevas la mirada hasta el épico final de la partida en la que coronas la gran pirámide de hielo con la cúpula. Hacerlo no es sólo un gesto mnemotécnico sino que además tiene una ventaja competitiva porque le suma puntos a quien tenga el honor. Acción memorable le llaman otros. Sutilezas mágicas que nos hacen querer volver a traerlo a mesa.
Este juego llegó a nosotros gracias a Devir Chile.
Nunatak: el templo de hielo
En medio de la cordillera de Ellsworth, una cadena montañosa que mide aproximadamente 400 km de largo y que se ubica en la Antártida, existe un Nunatak. Se trata de una formación rocosa erosionada por el viento polar que, a lo largo de los años, ha tomado la forma de pirámide.
Este es el punto de partida de Nunatak. En la ficción del juego, seremos los miembros de una antigua civilización que se encuentra construyendo el templo de hielo más grande que la humanidad haya visto jamás. Pero no se trata de un juego cooperativo, sino uno en el que deberemos prestar atención a las posibilidades que abre cada jugada, para no favorecer (tanto) a los demás jugadores.
Nunatak se puede jugar en solitario o hasta cuatro personas, en partidas que duran entre 30 y 45 minutos.
La mecánica central de Nunatak es tan elegante como su presencia en mesa. En nuestro turno, robaremos una carta de construcción, que funciona como un plano indicándonos dónde podemos añadir uno de nuestros bloques al templo. Poco a poco, bloque a bloque, veremos cómo la estructura emerge de la mesa, obligándonos a levantar la mirada.
Pero no se trata solo de construir hacia arriba; aquí entra en juego una sutil mecánica de control de áreas. Cuando se completan fundaciones de 2×2 bloques, quien tenga la mayor presencia en esa sección se llevará valiosos puntos, creando una tensión constante por el control del terreno.
Pero la sencillez del turno a turno esconde una capa estratégica más profunda en forma de cartas. Construir es vital, sí, pero planificar para el futuro lo es aún más.
Existen 6 tipos de cartas que podemos ir acumulando para obtener bonificaciones al final de la partida. Podemos, por ejemplo, reclutar ‘trabajadores’, que premiarán generosamente a quien más haya contratado, o especializarnos como ‘talladores de hielo’, obteniendo puntos según la cantidad de cartas de ese tipo que tengamos. Esta dualidad añade una deliciosa capa de planificación a largo plazo.»
Un juego a la altura
Si Takenoko me enamoró en su día por su elegante verticalidad, Nunatak se ha ganado un espacio en mi ludoteca por recordarme esa misma sensación: la de construir algo imponente que se eleva sobre la mesa.
Una partida de Nunatak cumple lo que promete, no sólo por el tiempo de partida, sino por la experiencia física de construir una pirámide, así también lo es la profundidad mecánica que permite plantear una estrategia y disfrutar cuando todo sale según el plan.
A pesar de que el juego permite partidas de dos -incluso tiene un modo solitario- cuando más brilla la experiencia es a tres o cuatro jugadores, pudiendo así disfrutar cada uno de su propia estrategia.
Yo lo recomiendo por el placer de apostar por una nueva dimensión entre tanto juego a ras de mesa. No lo digo como algo malo, sino como una característica diferenciadora que le permite con brillar con luz propia.
Es un manjar visual. Un juego que está a la altura.