El nombre de Wolfgang Beltracchi, uno de los falsificadores de arte más prolíficos del mundo, resuena en la historia del arte moderno no solo por la cuantía de sus crímenes (ganancias estimadas en más de 50 millones de euros, sino por la sofisticación de su engaño. Durante casi cuatro décadas, él y su esposa, Helene, orquestaron el mayor escándalo de falsificación de la posguerra alemana.
El caso, que conmocionó a casas de subastas como Sotheby’s y Christie’s y a instituciones como el Metropolitan Museum of Art en Nueva York, expuso una cruda realidad: el mercado del arte era vulnerable, y un falsificador con el talento suficiente podía manipular la historia.
El arte del nuevo descubrimiento y el mito de la procedencia
El genio de Beltracchi no radicaba en copiar cuadros existentes, una práctica que habría sido fácilmente detectable. En cambio, actuó como un artista, creando obras completamente originales «a la manera de» maestros modernistas como Max Ernst, André Derain, Kees Van Dongen y Heinrich Campendonk. Beltracchi, quien creía estar «llenando un vacío en el catálogo del artista», producía lienzos que encajaban perfectamente en el corpus artístico de los pintores que imitaba. Su primer acto de falsificación conocido fue con el pintor del siglo XVII Hendrick Avercamp.
Para vender estas «nuevas obras», la pareja inventó una coartada legendaria: la ficticia Colección Werner Jägers. La historia era que los abuelos de Helene habían resguardado estas obras de los nazis antes de la Segunda Guerra Mundial, una narrativa que aprovechaba el caos patrimonial de la época. Para sustentar el mito, incluso falsificaron fotografías antiguas de Helene vestida como su abuela, utilizando papel fotográfico de la época para garantizar la autenticidad del documento de procedencia.
La caída por un error microscópico: el pigmento de titanio
A pesar de su maestría técnica y su inexpugnable historia de procedencia, el imperio de Beltracchi colapsó por un detalle microscópico: la ciencia. El error fatal ocurrió en una pintura atribuida a Heinrich Campendonk. Un análisis forense en la tinta blanca de la obra reveló la presencia de titanio, un pigmento que no se utilizaba en el arte hasta después de 1921. El anacronismo tecnológico fue irrefutable.
En 2011, Beltracchi fue condenado a seis años de prisión por fraude profesional organizado. Aunque solo catorce lienzos fueron investigados en el juicio, se cree que centenares de sus falsificaciones (atribuidas a más de 120 artistas) aún circulan en el circuito de arte internacional.
Esta increíble historia de maestría y engaño inspiró al diseñador Michael Loth a crear el juego cooperativo Belratti, cuyo nombre es una corrupción del apellido del falsificador. En este juego, los jugadores, divididos en pintores y directores de museo, deben trabajar juntos para evitar que el antagonista (la rata Belratti) cuele sus falsificaciones aleatorias entre las obras auténticas. El juego captura la tensión de la autenticación y la subjetividad del arte que Beltracchi tan brillantemente explotó en la vida real.