Dicen que uno no encuentra los juegos, sino que los juegos lo encuentran a uno. Mentira, nadie dice eso; pero es una buena forma de comenzar esta historia.
Belratti llegó a mi mesa sin haberlo buscado, gracias a la colaboración habitual que nos hace Devir Chile. Quizás alguna vez vi su portada en alguna tienda (probablemente en Planeta LoZ, la que más visito), pero pasó desapercibido para mi pulsión de compra lúdica. No es de esos juegos que están en el boca a boca y que se posicionan rápidamente en el radar lúdico de quienes los coleccionamos, a pesar de haber sido recomendado al Spiel des Jahres 2019. Pero ya que estaba en mi mesa, había que probarlo.
La premisa de Belratti es simple: encarnaremos al Gran Pintor Búho y a la directora de un museo, quien nos encargará cuadros para las nuevas salas que se abrirá próximamente. Claro que la tarea no será fácil, ya que el falsificador Belratti intentará colar sus obras y nuestra misión -en el rol de la Directora Felina- será impedirlo.
Por si no ha quedado claro, se trata de un juego colaborativo, de deducción y comunicación limitada,
Y antes de continuar, un dato: Y el nombre del falsificador no es casualidad. El juego se inspira con humor en la figura de Wolfgang Beltracchi, el estafador que revolucionó el mundo del arte no copiando, sino creando obras nuevas al estilo de los grandes maestros.
Esa misma genialidad es la que nos pide el juego: no buscar una respuesta obvia, sino interpretar un tema con las herramientas que tenemos, esperando que el otro equipo entienda nuestra visión.

Arte, suerte y engaño
La partida se divide en rondas, donde los jugadores se turnan para asumir dos roles clave: la Directora del museo y el pintor.
Durante esta revisión hablaremos de estos roles en singular; sin embargo, representan a todo el equipo que los encarna, tal y cómo se expresa en el manual del juego.
Al inicio de la ronda, el equipo de la Directora Felina define los pedidos mostrando dos cartas del mazo, el componente principal del juego.
En total, son 168 cartas con figuras y elementos cotidianos que van desde animales, objetos de decoración, autos, dinero y, en general, cualquier cosa que te imagines que podría exhibirse en un museo.
También hay cartas de rol y cuatro tokens para una variante avanzada del juego.
Luego de robar las dos cartas que constituirán el pedido, el equipo de la Directora Felina deberá definir cuántas obras encargará al Pintor Búho, quien deberá escoger entre las obras que tiene disponible (representadas por las cartas que tiene cada jugador en su mano), la que mejor responde al requerimiento. El equipo de la Directora Felina lo hará discutiendo en grupo, evaluando qué aspectos consideró el pintor para entregar sus obras.
Esta es la parte interesante del juego: las lecturas más comunes tienen que ver con la forma y el color de la pieza, aunque en este aspecto la creatividad no tiene límites.
Tras entregar las obras boca abajo, Belratti -un jugador imaginario- sumará cuatro cartas a la entrega (llamadas falsificaciones) y ahora la Directora Felina deberá identificar las obras reales y apartar las reales para que ingresen al museo.
Lo divertido son las conversaciones y asociaciones (i)lógicas que ocurren en esta parte, tratando de interpretar los criterios del otro equipo para vestir de lógica a la elección final. Si la asociación es correcta -aunque sea por la razón equivocada- la sensación de logro es satisfactoria y eso siempre se valora bien en cualquier juego.
Las rondas avanzarán de manera sucesiva y los equipos alternarán los roles de Directora Felina y Pintor Búho hasta que se les hayan colado seis falsificaciones de Belratti. Cuando eso ocurra, deberán comparar la cantidad de obras acertadas con la escala de éxito que propone el manual y así definir el éxito de la proeza.
Valoración final
Dicen que uno no encuentra los juegos, sino que los juegos lo encuentran a uno. Y fue un poco así.
Belratti nos sorprendió porque, a pesar de lo random que puede ser a veces, es otra forma de encarar le mecánica de deducción y comunicación limitada.
El resultado es una partida en la que los (des)criterios de los equipos se enfrentan y las discusiones de “por qué pusiste esa carta si tenías una mejor” están en cada ronda. Y cualquier juego que ofrezca eso, se merece un poco de atención. Por que al final lo que importa es eso, que nos permita encontrarnos y divertirnos.
Belratti no es un juego descollante, pero tampoco debería pasar tan desapercibido en la lista de juegos party, tan saturada de los llamados clásicos (Dixit, a ti te hablo) y cuya fórmula todavía tiene potencial de explotarse. El juego de Michael Loth es la muestra de ello; no por robo, copia o falsificación, sino porque es la clara evidencia de que vale sorprenderse con los justo.